Cabaña de Boram (Corea) |
Seamos sinceros. Nunca me imaginé que aquella chiquilla me cambiarÃa la vida. Si mi vida anterior. No anterior realmente, sino... o dios... Ni siquiera sé explicarme conmigo misma lo que quiero decir.
Me llega el olor al té negro. Mi té favorito. Inhalo su fragancia. Me recuerda... mi infancia... Son recuerdos hermosos y muy que muy oscuros.
Nacà en una Era en la que nosotras las gumihos no eramos muy aceptadas por la sociedad de Goryeo y sus reinos o imperios vecinos. La capital era tan hermosa, Gaekyo, lugar donde me crié hasta que sucedió lo inevitable.
Mi madre como es lógico, era una gumiho. Muy hermosa, por cierto, aunque como todas. Mi padre era un noble. Ya se sabe la historia. Se enamoraron, se casaron sin oposición alguna (en aquella época no eramos unas caza hombres ni devora hÃgados) y me tuvieron a mi. Sin embargo, mi madre... devota a las suyas... se marchó del mundo humano, dejándome a mà y a mi padre a solas.
No me puedo quejar. Tuve la mejor educación que pudiese haber tenido en aquella época. Era una niña adorable. Jugaba con los demás niños, incluso llegué a tener amigos. Todo cambió con el paso del tiempo. Mi padre era presionado por la familia. QuerÃan que dejase la casa familiar. Finalmente, mi padre, obligado, concertó mi matrimonio con un joven general. ¿Si se llevó a acabo? ¡Por supuesto!
Al final, todo acabó fatal. Murió. Envenenado. Luego, me acusaron de su muerte. La justicia no tan justicia (nunca lo ha sido) me encerró en una de las cárceles. Cuando me interrogaron, estaba sentada en un asiento de madera con unos grilletes para sujetar los brazos y las piernas. Me golpearon hasta desmayarme. Ser lo que soy no me da inmunidad al dolor y a la muerte. Soy una deidad menor, pero nunca seré superior a lo que soy.
Al poco tiempo, la sociedad cambió. Las gumihos ya no eramos nunca más unas diosas menores de la cosecha. Ahora eramos unos demonios que nos dedicábamos a cazar hombres para reproducirnos y después quedarnos con sus hÃgados para conseguir más años de vida y de juventud. Desde entonces, me juré y me perjuré que nunca más confiarÃa en los humanos con tanta facilidad. Son seres corruptibles. Me aislé del mundo, viviendo entre los bosques de Goryeo, en mi pequeña casa, camuflada con un hechizo para evitar los intrusos indeseados.
Observo desde la ventana de la oficina el escenario actual. Seúl, una ciudad llena de encanto tradicional y moderno. Lo mejor de los dos tiempos. Recuerdos perdidos y vivos. Un lugar desconocido en el cual, yo, acababa de levantar mi pequeño imperio empresarial. Una lÃnea cosmética llamada Eternal Youth.
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