Vladimir se aflojó un
poco el nudo de la corbata. Bajó la mirada para ver si Mineko, sentada a su
lado, reaccionaba de alguna forma, pero lo ignoraba por completo.
HabÃa menos modelos de lo
que se esperarÃa en un casting para un trabajo de tan alto nivel. Cuando ella
le ordenó que hiciera el papel de su nuevo representante y le dijo que
investigara esa marca coreana entendió perfectamente lo que querÃa que hiciera
en realidad: eliminar a la competencia. Pero el gaijin conocÃa la
vanidad de Mineko y cuánto le gustaba ganar, saberse por encima de los demás.
Sobre todo, le encantaba humillar a quienes habÃa vencido.
Por este motivo, sólo
eliminó a la competencia más directa, dejando a aquellas modelos a las que
Mineko superarÃa sin ningún problema. Sin embargo, sólo habÃa asesinado a una,
haciéndolo pasar por un suicidio: sabÃa que no sorprenderÃa demasiado en uno de
los paÃses con la tasa de suicidios más alta del mundo, y menos todavÃa en una
industria tan estresante y exigente como esa. HabÃa sacado a las demás del
juego por medio de chantajes o intimidación, fuera a la propia modelo o a su
agente.
Levantó la mano para
tocar de nuevo la corbata, pero, esta vez, la japonesa lo detuvo cogiéndole el
brazo con un gesto rápido. Asintió y volvió a bajarla, resignado.
― ¿Qué demonios te pasa?
―inquirió poco después, al ver que tiraba de las mangas de la camisa
― Si te soy sincero, me
he acostumbrado a llevar kimono. Estoy algo incómodo.
Ella lo miró y se rió,
burlona.
― Tendrás que volver a
acostumbrarte a llevar traje, gaijin. Además, te queda bien ―miró a las
otras modelos, suspicaz―. ¿De verdad crees que tengo el trabajo en el bolsillo?
Hay alguna que es muy guapa…
― Ninguna tanto como tú ―intercambiaron
una mirada―. No, no me estoy poniendo cursi ―aclaró―. Todas ellas van
maquilladas, tú no.
― ¿De verdad crees que
eso importa en una empresa de cosmética?
― No, pero me extraña que
dudes de ti misma. ¿Estás enferma?
― Baka. ―se rió
ella
― El trabajo es tuyo, te
lo aseguro ―se inclinó hacia ella para susurrarle al oÃdo―. Aceptaré que me
cortes el cuello si no es asÃ.
Fue a incorporarse de
nuevo, pero ella se lo impidió cogiendo la corbata y tirando de él.
― No te cortaré el cuello
―le susurró, rozándole el lóbulo de la oreja con los labios de una forma
cercana al erotismo―. Tú harás el ritual del seppuku.
Acarició con la yema de
los dedos el kanji de “honor” que él tenÃa tatuado en la nuca antes de
indicarle con un gesto que se incorporase, sin dejar de mirarle a los ojos. Él
asintió, pero no era necesario: ella ya sabÃa que lo harÃa a una orden suya,
con motivo o sin él.
Mil y una gracias a Vira por esta colaboración literaria de la cual veréis más relatos.
Twitter: @viragoach
Blog: https://aquiviragoach.wordpress.com/
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