El ruso se apartó de la
pared en la que estaba apoyado al ver acercarse a una mujer por el pasillo. Era
algo más joven que las demás, pero entraba en el rango de edad que exigÃa la
directora de la marca.
― Desde luego, tiene
valor… ―murmuró
― ¿Qué pasa? ―le preguntó
Mineko, haciendo que él la mirase de nuevo― ¿Un antiguo lÃo de una noche?
― No mÃo. No es mi tipo
―intentó corregirse, pero suspiró al mirar a los ojos a su jefa. Hiciera lo que
hiciera, le darÃa problemas. No pudo evitar ironizar pensando que seguramente
sà acabase emulando el suicidio ritual de los samuráis―. Onee-sama
―desobedeció deliberadamente la orden que ella le habÃa dado de llamarla por su
nombre cuando estuvieran en público―. DeberÃamos hablar en privado.
― Di lo que sea, no creo
que tarden en llamarnos.
Él volvió a inclinarse
hacia ella para susurrarle al oÃdo.
― Ella no es rival para
ti. Hay otro motivo por el que chantajeé a su agente para que cambiara de idea
con respecto a este trabajo. Y ha venido sin su consentimiento, te lo aseguro.
Pero no sé si deberÃa decÃrtelo. Si te lo digo, te pondrás hecha una furia. Si
me lo callo, el seppuku será agradable comparado con lo que me harás
cuando descubras que lo sabÃa y me lo he guardado.
― Ponme a prueba. DÃmelo.
― Esa mujer ha estado con
Hidekami varias veces, onee-sama.
El rostro de la japonesa
se ensombreció por un momento, pero esa expresión se habÃa borrado por completo
cuando él se apartó para mirarla.
― Está bien, relájate.
―le dijo ella, burlona
Vladimir se la quedó
mirando. Se lo habÃa tomado bien, demasiado para la Mineko que conocÃa y se
habÃa ensañado con cuatro mujeres únicamente por ese motivo. Y era un secreto
entre ellos hasta qué punto lo habÃa hecho. Fue el único que la acompañó a
China cuando ella decidió eliminar a las otras mujeres con las que sabÃa que el
hombre que la obsesionaba habÃa tenido algún tipo de relación. También fue el
primero en ver cada escena después del asesinato, incluso tuvo que apartar a Mineko
del cádaver en una ocasión, y calmarla antes de que la otra mujer quedase
convertida en algo que ni siquiera su padre reconocerÃa. Su única labor habÃa
sido eliminar cualquier indicio que pudiera indicar que la japonesa habÃa
estado allÅ aunque también se permitió el lujo de dejar pruebas falsas que
apuntasen a otra rama de la TrÃada.
Mientras él se sumÃa en
sus pensamientos, Mineko se levantó, completamente erguida. Vladimir volvió al
presente al momento y se apartó de la pared cuando ella apenas habÃa dado un
par de pasos: aunque parecÃa calmada, algo indeterminado le alertaba de
que era precisamente eso, simple apariencia. Y su sospecha se vio confirmada
cuando la japonesa le pegó una fuerte bofetada a la otra mujer.
En ese mismo momento,
cambió totalmente, como transformada por el sonido del golpe. La Mineko modelo,
elegante y serena, desapareció por completo para dejar paso a la yakuza y mujer
despechada que era.
El ruso la cogió justo a
tiempo para evitar que golpease a la otra. Se vio obligado a usar la fuerza
bruta para controlarla: aunque Mineko era delgada y eso la hiciera parecer
frágil, la cólera la hacÃa mucho más fuerte de lo que se esperarÃa.
Por suerte, iba
desarmada, lo que era todo un alivio para Vladimir.
Tan rápido como habÃa estallado,
se cansó de forcejear con él y se apoyó lentamente en su pecho. Él relajó los
músculos y pasó de agarrarla a abrazarla, aunque sin fiarse demasiado: esperaba
que el arrebato volviera con mayor violencia todavÃa.
Entonces recordó que él
sà iba armado, y cogió la muñeca de su jefa justo cuando las yemas de sus dedos
rozaban la culata de la pistola. Sin soltarla, tiró de ella por el pasillo y la
hizo entrar en la primera puerta que vio, un baño femenino.
― Largo ―ordenó,
autoritario y con un tono que no admitÃa réplicas, a las mujeres que los
miraban sorprendidas. Las fulminó con la mirada hasta que la última de ellas
salió. Abrió todos los cubÃculos para asegurarse de que estaban a solas antes
de volverse hacia ella―. Mineko, sé perfectamente, y seguramente mejor que
nadie, que no eres muy racional cuando se trata de Hidekami, pero ¿te has
vuelto completamente loca? Hay cámaras ahà fuera, ¿sabes?
Ella se acercó, sin
mirarle a los ojos. Le apretó el nudo de la corbata y le arregló el cuello de
la camisa, pero no tardó en volver a deslizar una mano bajo la chaqueta del
traje del ruso para coger la pistola, sin que él se lo impidiera esta vez. De
todos modos, no iba a dejarla salir.
― ¿Ahora me llamas por mi
nombre? ―miró el arma, comprobó que estaba cargada y le quitó el seguro―
Estamos solos, gaijin.
― Onee-sama…
Antes de que continuara,
Mineko le apuntó. Él sacudió lentamente la cabeza y esbozó una sonrisa. Le puso
una mano en el codo con suavidad y la llevó con una lenta caricia hasta su
muñeca, para levantarle la mano cuidadosamente. Se inclinó lo justo para apoyar
la frente en el cañón, sin dejar de mirarla a los ojos.
― Aprieta el gatillo si
lo deseas, pero sabes que tengo razón.
― Puedo hacerlo.
Su sonrisa se ensanchó y
envolvió la mano femenina con la suya, poniendo el pulgar sobre el Ãndice de
ella, en el gatillo.
― Por supuesto, onee-sama.
Se sostuvieron la mirada.
Vladimir sabÃa que ella no estaba dudando, sino que sopesaba las opciones. Y
ella sabÃa que a él le daba completamente igual la que escogiera: si disparaba,
lo aceptarÃa como uno más de todos sus deseos, si no lo hacÃa, le estarÃa
perdonando la vida. Él sabÃa que jugaba con fuego, y esa “locura” del gaijin
(según los otros yakuza, por supuesto) era, precisamente, lo que a Mineko le
gustaba de él, al menos como subordinado: acataba todas sus órdenes, pero no
porque le tuviera algún tipo de miedo, sino que parecÃa hacerlo por el mismo
placer de cumplir sus deseos.
La japonesa sonrió antes
de poner el seguro y devolverle el arma. Él le sonrió también, inclinándose
como muestra de gratitud, pero totalmente tranquilo.
― ¿Cómo puedes estar tan
calmado?
― Hace tiempo que decidÃ
que no morirÃa a menos que tú quisieras que lo hiciera. Y qué mejor forma de
saberlo que el hecho de que seas tú misma quien me dispare. O quien me ordene
suicidarme.
― Adulador. No hay bala
en la recámara, ¿verdad?
La sonrisa de él se
ensanchó y deslizó los dedos por el arma para abrir la recámara. Sacudió la
pistola, y la bala cayó al suelo con un ruido metálico. Mineko la siguió con la
mirada cuando rebotó y rodó por el suelo, pero no apartó los ojos de ella ni
siquiera cuando se detuvo, a algo más de un metro de ellos.
Vladimir volvió a guardar
la pistola en la funda que ocultaba en el costado.
― Yo me encargaré de
ella, onee-sama. ―dijo, refiriéndose a la otra modelo, antes de salir y
dejar a su jefa a solas.
Mil y una gracias a Vira por esta colaboración literaria de la cual veréis más relatos.
Twitter: @viragoach
Blog: https://aquiviragoach.wordpress.com/
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