Casting Parte 3


El ruso se apartó de la pared en la que estaba apoyado al ver acercarse a una mujer por el pasillo. Era algo más joven que las demás, pero entraba en el rango de edad que exigía la directora de la marca.

― Desde luego, tiene valor… ―murmuró

― ¿Qué pasa? ―le preguntó Mineko, haciendo que él la mirase de nuevo― ¿Un antiguo lío de una noche?

― No mío. No es mi tipo ―intentó corregirse, pero suspiró al mirar a los ojos a su jefa. Hiciera lo que hiciera, le daría problemas. No pudo evitar ironizar pensando que seguramente sí acabase emulando el suicidio ritual de los samuráis―. Onee-sama ―desobedeció deliberadamente la orden que ella le había dado de llamarla por su nombre cuando estuvieran en público―. Deberíamos hablar en privado.

― Di lo que sea, no creo que tarden en llamarnos.

Él volvió a inclinarse hacia ella para susurrarle al oído.

― Ella no es rival para ti. Hay otro motivo por el que chantajeé a su agente para que cambiara de idea con respecto a este trabajo. Y ha venido sin su consentimiento, te lo aseguro. Pero no sé si debería decírtelo. Si te lo digo, te pondrás hecha una furia. Si me lo callo, el seppuku será agradable comparado con lo que me harás cuando descubras que lo sabía y me lo he guardado.

― Ponme a prueba. Dímelo.

― Esa mujer ha estado con Hidekami varias veces, onee-sama.

El rostro de la japonesa se ensombreció por un momento, pero esa expresión se había borrado por completo cuando él se apartó para mirarla.

― Está bien, relájate. ―le dijo ella, burlona

Vladimir se la quedó mirando. Se lo había tomado bien, demasiado para la Mineko que conocía y se había ensañado con cuatro mujeres únicamente por ese motivo. Y era un secreto entre ellos hasta qué punto lo había hecho. Fue el único que la acompañó a China cuando ella decidió eliminar a las otras mujeres con las que sabía que el hombre que la obsesionaba había tenido algún tipo de relación. También fue el primero en ver cada escena después del asesinato, incluso tuvo que apartar a Mineko del cádaver en una ocasión, y calmarla antes de que la otra mujer quedase convertida en algo que ni siquiera su padre reconocería. Su única labor había sido eliminar cualquier indicio que pudiera indicar que la japonesa había estado allí… aunque también se permitió el lujo de dejar pruebas falsas que apuntasen a otra rama de la Tríada.

Mientras él se sumía en sus pensamientos, Mineko se levantó, completamente erguida. Vladimir volvió al presente al momento y se apartó de la pared cuando ella apenas había dado un par de pasos: aunque parecía calmada, algo indeterminado le alertaba de que era precisamente eso, simple apariencia. Y su sospecha se vio confirmada cuando la japonesa le pegó una fuerte bofetada a la otra mujer.

En ese mismo momento, cambió totalmente, como transformada por el sonido del golpe. La Mineko modelo, elegante y serena, desapareció por completo para dejar paso a la yakuza y mujer despechada que era.

El ruso la cogió justo a tiempo para evitar que golpease a la otra. Se vio obligado a usar la fuerza bruta para controlarla: aunque Mineko era delgada y eso la hiciera parecer frágil, la cólera la hacía mucho más fuerte de lo que se esperaría.

Por suerte, iba desarmada, lo que era todo un alivio para Vladimir.

Tan rápido como había estallado, se cansó de forcejear con él y se apoyó lentamente en su pecho. Él relajó los músculos y pasó de agarrarla a abrazarla, aunque sin fiarse demasiado: esperaba que el arrebato volviera con mayor violencia todavía.

Entonces recordó que él sí iba armado, y cogió la muñeca de su jefa justo cuando las yemas de sus dedos rozaban la culata de la pistola. Sin soltarla, tiró de ella por el pasillo y la hizo entrar en la primera puerta que vio, un baño femenino.

― Largo ―ordenó, autoritario y con un tono que no admitía réplicas, a las mujeres que los miraban sorprendidas. Las fulminó con la mirada hasta que la última de ellas salió. Abrió todos los cubículos para asegurarse de que estaban a solas antes de volverse hacia ella―. Mineko, sé perfectamente, y seguramente mejor que nadie, que no eres muy racional cuando se trata de Hidekami, pero ¿te has vuelto completamente loca? Hay cámaras ahí fuera, ¿sabes?

Ella se acercó, sin mirarle a los ojos. Le apretó el nudo de la corbata y le arregló el cuello de la camisa, pero no tardó en volver a deslizar una mano bajo la chaqueta del traje del ruso para coger la pistola, sin que él se lo impidiera esta vez. De todos modos, no iba a dejarla salir.

― ¿Ahora me llamas por mi nombre? ―miró el arma, comprobó que estaba cargada y le quitó el seguro― Estamos solos, gaijin.

Onee-sama

Antes de que continuara, Mineko le apuntó. Él sacudió lentamente la cabeza y esbozó una sonrisa. Le puso una mano en el codo con suavidad y la llevó con una lenta caricia hasta su muñeca, para levantarle la mano cuidadosamente. Se inclinó lo justo para apoyar la frente en el cañón, sin dejar de mirarla a los ojos.

― Aprieta el gatillo si lo deseas, pero sabes que tengo razón.

― Puedo hacerlo.

Su sonrisa se ensanchó y envolvió la mano femenina con la suya, poniendo el pulgar sobre el índice de ella, en el gatillo.

― Por supuesto, onee-sama.

Se sostuvieron la mirada. Vladimir sabía que ella no estaba dudando, sino que sopesaba las opciones. Y ella sabía que a él le daba completamente igual la que escogiera: si disparaba, lo aceptaría como uno más de todos sus deseos, si no lo hacía, le estaría perdonando la vida. Él sabía que jugaba con fuego, y esa “locura” del gaijin (según los otros yakuza, por supuesto) era, precisamente, lo que a Mineko le gustaba de él, al menos como subordinado: acataba todas sus órdenes, pero no porque le tuviera algún tipo de miedo, sino que parecía hacerlo por el mismo placer de cumplir sus deseos.

La japonesa sonrió antes de poner el seguro y devolverle el arma. Él le sonrió también, inclinándose como muestra de gratitud, pero totalmente tranquilo.

― ¿Cómo puedes estar tan calmado?

― Hace tiempo que decidí que no moriría a menos que tú quisieras que lo hiciera. Y qué mejor forma de saberlo que el hecho de que seas tú misma quien me dispare. O quien me ordene suicidarme.

― Adulador. No hay bala en la recámara, ¿verdad?

La sonrisa de él se ensanchó y deslizó los dedos por el arma para abrir la recámara. Sacudió la pistola, y la bala cayó al suelo con un ruido metálico. Mineko la siguió con la mirada cuando rebotó y rodó por el suelo, pero no apartó los ojos de ella ni siquiera cuando se detuvo, a algo más de un metro de ellos.

Vladimir volvió a guardar la pistola en la funda que ocultaba en el costado.

― Yo me encargaré de ella, onee-sama. ―dijo, refiriéndose a la otra modelo, antes de salir y dejar a su jefa a solas.

Mil y una gracias a Vira por esta colaboración literaria de la cual veréis más relatos.
Twitter: @viragoach
Blog: https://aquiviragoach.wordpress.com/  

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