TodavÃa estaba evaluando
a las pocas candidatas presentes en el casting. Ya me habÃa deshecho de unas
cuantas, echándolas de allà con ayuda de los guardias: ninguna cumplÃa mis requisitos.
Su belleza y elegancia no me llegaban ni a la suela de los zapatos. HabÃan sido
en torno a unas diez candidatas, pero sólo dos podrÃan optar el puesto. Por fin
le tocaba el turno a otra más, la primera que me intrigaba era una tal Mineko.
Miré la hoja en la que estaba por escrito toda su experiencia. TenÃa eso en su
favor, pero ha estado un tiempo fuera, y eso supone estar fuera del mundillo
del entretenimiento, es decir, es posible que su fama haya empezado a decaer en
ese tiempo y los fans la habrán comenzado a olvidar. Decido pasar a la
siguiente hoja, la de la última modelo: era la segunda opción, Misae. “¿Sólo
quedan ellas dos?” pensé.
― Jimin, llama a esas
dos, las que están afuera ―la miro mientras juego con el bolÃgrafo que llevaba
entre mis manos. Hacer castings me aburrÃa. Nada interesante suele ocurrir.
Esperaba que las dos candidatas restantes me hicieran cambiar de opinión.
― Si, señora.
Mi secretaria sale de la sala para ir a buscar a Mineko y Misae. Al
cabo de unos minutos, entran las dos, acompañando a mi secretaria. Detrás de
ellas entra un señor lleno de tatuajes, el cual me recordó a la mafia nada más
verlo. Además, podÃa sentir una tensión bastante fuerte, más que suficiente
para provocarle escalofrÃos a un humano normal. Esa tirantez entre las dos
modelos se veÃa de lejos.
― Buenas tardes, soy
Boram Lee y, yo, os juzgo para ver si una de vosotras es la candidata indicada
o no ―paro un momento y ahora me dirijo al hombre―. Señor occidental, puede
tomar asiento en una de esas sillas cutres de allÃ.
Le señalé una de las
esquinas de la sala, donde hay un montón de sillas rotas y cojas, pero él
sonrÃo levemente y bajó la cabeza respetuosamente, pero no se movió. Ni
siquiera se giró a mirar donde le señalaba.
― Disculpe, señora Lee,
pero prefiero quedarme de pie ―dijo, en coreano, mirando por un instante a
Mineko de una forma que no supe identificar―. Y disculpe de nuevo, no me he
presentado. Soy Vladimir Popovich, el nuevo agente de Mineko.
Se puso entre las dos
modelos, más cerca de su representada, lo que me dejo un poco intrigada por su
actitud. Pero ese hombre habÃa tenido el valor de desafiar una pequeña orden
mÃa.
― Vlad ―llamo al hombre
por el que supuse que serÃa la abreviatura de su nombre. Él asintió, sin que
pareciera importarle―, te voy a tutear, ya que soy bastante mayor que tú, y que
las modelos presentes, aunque no lo aparente. Bueno, prefiero que no estés
entre las dos candidatas. En caso de que ocurra algo, yo me haré cargo de ello.
Si es necesario mando a los guardias o yo misma sacaré mis garras.
Él volvió a sonreÃr,
pero no se movió.
― No protejo a nadie de Mineko, y menos a esta
mujer a la que no conozco de nada. La única persona a quien protejo es la
propia Mineko. Y, como su representante, también su imagen, por supuesto. De
todos modos, siempre he preferido estar a su izquierda.
Observé a mis empleados
por un momento: estaban muertos de miedo. Algunos de ellos sabÃan quién soy yo
en realidad. Seamos sinceros, trabajaban para mà porque sus antepasados habÃan
sido mis sirvientes en Goryeo. Esclavos, mejor dicho. Los mandé afuera de la
sala, intuÃa que algo grave iba a pasar. Claro, una de las dos mujeres, la tal
Mineko era un yokai (bastante joven)
y algo me decÃa que no lo sabÃa.
― Mineko, ¿Por qué
recientemente ha estado ausente del mundo del entretenimiento? Y, ¿qué es lo
que te ha hecho pensar que podrÃas ser la representante de Aethernal? ―hago una
pausa. Visto lo visto con las anteriores candidatas… ¡Bah! La voy a obligar a
ello― Y después de contestar a estas sencillas preguntas, por favor, quÃtate
todo el maquillaje.
Antes de que ella
contestase, a su representante se le escapó una risa, haciendo que se llevara
un codazo y una mirada mordaz por parte de la modelo.
― He estado ausente del
mundillo porque, tras la muerte de mi padre, he tenido que hacerme cargo del
negocio familiar, y porque querÃa cambiar de representante. No es fácil
encontrar uno como ―volvió a mirar al ruso un momento, que no podÃa reprimir
una sonrisa expectante ¿esperaba que ella dijera su hombre? ― el gaijin aquà presente. Y ha sido él quien
me ha hecho pensar que podrÃa ser la imagen de la marca. Como usted misma ha
dicho, llevo un tiempo sin aparecer, y pensó que no podÃa dejar pasar esta
oportunidad de decirle al mundo que vuelvo a la acción ―volvió a intercambiar
una mirada con su representante, con una sonrisa que parecÃa cómplice―. Por
supuesto, señora Lee.
Cogió sólo una de las
toallitas desmaquillantes que habÃa hecho comprar a Jimin antes. La miré
incrédula, ¿realmente pensaba que tendrÃa bastante sólo con una? ¡Jajajaja! Se
la pasó por los labios, eliminando el pintalabios rojo oscuro que llevaba, pero
dejó el resto de su rostro sin desmaquillar.
¿Cómo era aquello?
¿Osaba desafiarme? ¿O tal vez…? Me acerqué a ella y le arrebaté la toallita de
las manos. Sólo habÃa rastro del pintalabios, nada de la base. Tomé otra
toallita del paquete y se la pasé a su contrincante. Esta llevaba algo de
maquillaje. Bien, era mi turno. Ambas eran bellas, pero creo que Mineko serÃa
la mejor opción en cuanto a la elegancia que buscaba. En cambio, la otra tenÃa
esa apariencia de juventud que querÃa.
― Es un empate
―suspiré―. Las dos seréis las imágenes de la nueva marca Aethernal.
La mirada que Mineko
lanzó a la otra mujer era terrorÃfica. Incluso su rostro pareció cambiar
totalmente con ella, pero ni siquiera eso la hizo parecer fea. Vlad la cogió
justo antes de que se abalanzase sobre Misae.
― ¿Qué narices pasó
entre ella y mi representante para que se ponga asÃ?
― ¿Qué? ―Mineko se zafó
de Vlad, pero, en contra de lo esperado, se encaró contra él. Fue él quien
recibió la primera bofetada― ¿Qué le has dicho?
Él volvió a cogerle las
muñecas antes de que le arañase.
― Onee-sama…
― ¡Que me llames por mi
nombre!
―… tranquilÃzate.
Mineko le gritó algo en
japonés que no sonó muy bien, pero él la obligó a pegarse a él para abrazarla y
susurrarle algo en el mismo idioma. No sabÃa qué habÃa dicho la una ni lo que
habÃa respondido el otro, pero era evidente que la respuesta no parecÃa
combinar con el grito de ella. La japonesa trató de zafarse de nuevo un par de
veces, pero él no la soltó.
Enarqué una ceja: ¡qué
escándalo se habÃa montado en un momento! ¡Por Dios de mi vida! ¡Si el Gran
Emperador del Reino del Cielo lo viese, no durarÃan ni dos segundos! Creo que
era mi momento de intervenir. SÃ, lo era.
― Bueno, ya basta de
teatro por aquÃ. Lo mejor para todos nosotros es que lleguemos a un acuerdo
mutuo. ¿Araso? ―dije, intentando
hacer un poco de aegyo para calmar la
situación.
― ¿Acuerdo? Sólo hay un
posible acuerdo ―Mineko metió la mano bajo la chaqueta de su representante y
sacó una pistola con la que apuntó directamente a la otra modelo―. Ella muerta,
yo me quedo el trabajo y…
Vlad, increÃblemente
tranquilo, suspiró y puso la palma sobre el cañón.
― Mineko, por el amor de
Dios. ¿De verdad crees que traerÃa un arma cargada a una entrevista de trabajo?
Ella miró el arma y la
sopesó. La yokai se quejó con rabia
al comprobar que no tenÃa el cargador y soltó el arma, dejándola en las manos
del ruso, que la hizo desaparecer bajo su chaqueta en un momento. Esa costumbre
con las armas… confirmado: es un mafioso.
Me aclaré la garganta e
intenté abrirme paso entre Mineko y Vlad.
― ¿Podemos continuar? Me
da igual todo ese asunto vuestro. Además, tiene toda la pinta de tratarse de
algo relacionado con poner los cuernos ―vi como la yokai se tensó por un
momento―. Propongo lo siguiente: tú, Mineko, serás la modelo principal. La otra
será un remplazo en caso de que estés enferma o muy ocupada con tu agenda. ¿Te
parece bien? Si no podemos crear otra marca de belleza, eso no me importa. Lo
importante es que no haya ninguna muerte delante de mà en mi propia empresa, la
cual está muy limpia. ¿Entendido? ―digo enseñando mis dientes de zorro. La
situación estaba empezando a molestarme. Estaban a nada de que hiciese algo
contra ellos.
Mineko y su
representante se miraron otra vez. Me sorprendió que ella ni siquiera se
inmutase por mis dientes. Y empezaban a ponerme nerviosa con sus miraditas,
especialmente las de él. Él asintió sin decir nada y le hizo una pequeña
reverencia, y ella sonrió de medio lado.
― Por mÃ, hecho
―respondió ella, apartando los brazos del ruso y acercándose para poner una
mano sobre la mesa―. Pero yo también tengo mis exigencias: tengo la edad que
tengo, no pienso fingir ser más joven. Nunca uso colores demasiado vivos, pero,
sobre todo, odio el rosa ―enfatizó demasiado la última parte. Lo que me provocó
un choque de ideas―. Si pretendes obligarme a usarlo, rescindiré el contrato al
momento.
― ¿Rosa? Es un color
fundamental en el maquillaje coreano para lograr ese efecto inocente y joven.
― ¿Inocente? ―preguntó
Mineko, con una sonrisa sarcástica que no me gustó nada― ¿De verdad te parezco
“inocente”?
― Vale. El rosa fuera
―concedÃ―. Sin embargo, ¿te importará usar otros colores como el melocotón? Son
necesarios para ese efecto joven y no los podemos sacar para ganar ese aspecto
de eterna juventud en una edad madura, lo que no significa que alguna vez se
use un concepto diferente como el sensual, el de femme fatale, etc.
― Si es tirando a los
naranjas y amarillos, no tengo problema con los colores melocotón. Pero sà los
tengo si tienen algo que ver con el rosa.
Suspiré. Qué cabezota.
― Mineko no tiene ningún
problema con esos conceptos. ―aclaró el ruso, con una sonrisa, ya que ella no
habÃa dicho nada al respecto.
― El contrato ya supone
la aceptación de todos esos términos. Por cierto, ¿quieres empezar ya? Tengo ya
el material preparado, el tiempo es oro y no me gusta perderlo. Créeme, ya lo
entenderás con el paso de los años. La vejez es algo que duele bastante, si no
¡qué me lo digan a mÃ! ―acababa de dar otro de mis discursos. Suspiré y llamé a
Jimin. Por teléfono le comenté que ya tenÃamos una modelo y otra que serÃa su
sustituta― Bien, acabo de hablar con mi secretaria. Os ha enviado a vuestra
cuenta de correo electrónico una copia del contrato para que la firméis de
forma digital. ¿Sabéis? En algunos aspectos, me encanta el uso de la
tecnologÃa, aunque yo misma no la use.
Asintieron y les lancé
una mirada que les dejó claro que se fueran ya.
―Ottoke ―dije,
antes de que Mineko y el ruso salieran. La duda me corroÃa―, ¿sois pareja? Eso
darÃa una de publicidad entre las señoras increÃble… ―se miraron por enésima
vez― ¡A eso me refiero! Esas miraditas no son normales…
― No.
― SÃ.
Respondieron a la vez.
Él lo negó, ella lo confirmó. Volvieron a mirarse al darse cuenta de que habÃan
dado respuestas opuestas, pero fue él quien bajó la cabeza.
― ¿Tanto se nota?
―reconoció.
― Demasiado. ¿Para
cuándo es la boda? ―estaba empezando a cogerle cariño a la yokai. Éramos
similares en ciertos aspectos, aunque muy distintas en otros― ¿Hijos?
Él pareció quedarse de
piedra. Ella se rió, aunque no sé si por mi curiosidad o por la reacción de él.
― Aún no me ha pedido
nada ―respondió, mirándole muy burlona― y todavÃa no tenemos hijos. Tampoco los
tengo de mi primer matrimonio.
― ¿En serio? Supongo que
asesinaste a tu primer marido, lo digo por tu naturaleza de yokai. No
habrÃa nada raro en eso. Ya sabes, esas cosas pueden pasar. Siempre pasan.
― Espera, ¿qué? ―Oops.
Se me ha escapado lo de yokai delante del humano asqueroso. Bah, ya da
igual― No soy un yokai, sólo soy la única hija de un oyabun
yakuza. Eso es lo único “sobrenatural” en mÃ.
Ya, ya, ya. ¡TonterÃas! Esta tÃa no se lo cree, lo que me confirma que
desconoce su verdadera naturaleza. Se me plantea otra hipótesis: quizá fuera
mitad yokai y mitad humana. Pero volvamos a lo que iba al principio: lo
importante ahora mismo no es si ella es o no una yokai, sino si son o no
pareja, apostarÃa a que ni ellos lo tienen claro… Me giré hacia él.
― Oppa, serÃas la pareja ideal para ella, aunque como humano no me
gustas para nada, en absoluto. Los yokai son demonios y tú eres un
insignificante humano. Vosotros sois lo más bajo de este mundo, junto a los
animales. Mineko, no sé si eres consciente de lo que eres, pero yo te puedo
ayudar con ello.
― Primero, ―dijo Mineko,
en un tono altivo que no me gustó nada― nos hemos conocido hoy mismo, no creo
que estés en condiciones de decir qué es y qué no es lo “ideal” para mÃ. Y,
aunque lo estuvieras, eso es algo que decido yo. Por más que acepte que seas mi
jefa, no lo eres en mi vida personal. Ni siquiera permità que mi padre me
controlase en ese aspecto, mucho menos me va a controlar una desconocida. Si
quiero acostarme con el gaijin, lo haré, y, si quiero acostarme con
cualquier otro, lo haré también. Y, mientras seamos pareja, el único que podrá
decir algo al respecto será él, que por algo es mi novio… ―lo miró de reojo―
Pero no lo hará, porque él sà me conoce y sabe perfectamente que no puede
impedirme hacer algo que quiero, intentarlo le costó la vida a mi marido. Y
segundo, y no voy a volver a repetirlo... no puedes ayudarme en nada, porque no
soy ningún tipo de yokai. Como única hija de un oyabun que soy,
me he criado entre violencia, amenazas, drogas y armas. Desde niña he tratado
con ejemplos de los peores hombres que puedas imaginar... ―sin girarse a
mirarlo, levantó la mano para acariciar la mejilla de Vladimir, que tenÃa una
leve sonrisa en los labios y no dejaba de mirarla. Si no fuera una idea estúpida, pensarÃa que estaba complacido por ese
discurso― Y precisamente por eso, sé cómo controlarlos. No hay ningún “poder”
ni sangre yokai, sólo necesidad. ¿Cómo podrÃa una oveja mantener a raya
a los lobos si no es poniéndose la piel de uno? ―con la mano todavÃa en la mejilla
del hombre, le hizo bajar la cabeza y se giró para darle un beso en los labios―
Pero bueno. HabÃas dicho que querÃas empezar ya, asà que... ¿por qué no dejamos
de retrasar esa sesión de fotos?
― Sólo pretendÃa
aconsejar, no obligar a nadie hacer eso. Sé de primera mano lo que es casarse
con un hombre por un compromiso obligatorio por alianzas polÃticas. Créeme, lo
sé ―le hablé con tranquilidad y una voz suave―. Aunque a diferencia de ti, yo
no maté a mi marido, más bien, fue otra persona, no sé quién ni lo sabré porque
seguramente estará ya muerta.
Me senté en la silla en
la que habÃa estado desde el inicio del casting. La añoranza de aquellos años
traÃa consigo los recuerdos que más odio. Recordé los diferentes métodos de
tortura que usaron en mÃ. No luché contra los guardias y soldados. Me resigné
porque pensé que me creerÃan al decirles que era inocente. No habÃa matado a mi
marido. Lo habÃan asesinado, pero desconocÃa quien lo habÃa hecho. Demasiados
sospechosos, demasiadas personas inocentes.
― No te equivoques
conmigo, tampoco fui yo quien mató a mi marido. Sólo sé por qué murió y cómo,
pero no sé quién lo mató. Incluso cabe la posibilidad de que lo matara mi padre
por no ser capaz de controlarme.
TenÃa mis propias dudas
sobre todas las excusas que la yokai
me contaba. Pero no iba entrar en una discusión. No tenÃa ganas de discutir con
ella y enredarnos en una discusión sin fin.
Alcé la mirada hacia
ellos.
― Bueno, sÃ. Antes tienes
que firmar el contrato –―les puntualicé, sin él no iba a comenzar―. Después
tenemos que irnos a Revenge Town, en Estados Unidos. Allà se abrirá la primera
tienda de Aethernal, por lo que el primer concepto girará en torno a esa ciudad
―esperaba que su lengua afilada no me diese más dolores de cabeza―. Si no
tienes un lugar en el que quedarte a dormir, la empresa te pagará el
alojamiento y la comida por motivos de trabajo hasta que encuentres un lugar
―no sabÃa si aceptarÃa la idea del hotel, pero por cortesÃa debÃa ofrecer eso
como poco―. ¡Ah! Gaijin, también te pagaré el alojamiento. Y tendré que
hablar contigo para que me cuentes un poco sobre la agenda de Mineko para que
puedas ajustar sus actividades con las de Aethernal ―casi me olvidaba decirle
aquello. Era importante―. No me contactes por correo electrónico ni redes sociales.
Sólo uso el correo postal. En ese aspecto soy muy tradicional.
― No ―lo vi demasiado
serio, lo que me sorprendió. Se adelantó a Mineko y puso una mano sobre mi
mesa―. Mineko no puede mudarse a Estados Unidos ―la miró un momento, pero
siguió―. Mire, señora Lee, lo que ha visto hace un momento con Misae no ha sido
nada en comparación a la reacción que tendrÃa con una modelo que reside
actualmente allÃ. Ni siquiera yo podrÃa controlar la situación si se encontrase
con Sve-...
― Iremos. ―lo
interrumpió ella, autoritaria.
― Onee-sama...
No siguió, la mirada de
ella bastó para hacerle dejar a un lado cualquier “pero” que fuera a decir y
él, dócil, agachó la cabeza. ParecÃa un perrito faldero recibiendo órdenes de
su amo... Ama, en este caso.
― No habrá problemas de
agenda ―siguió ella, dirigiéndose a mÃ―. No tengo más trabajos ahora mismo y
puedo encargar a alguien que se ocupe del negocio familiar temporalmente, puedo
dar indicaciones desde cualquier otra parte, no necesito estar en Japón. Y
agradezco el ofrecimiento, pero prefiero elegir yo el hotel ―se giró hacia Vlad
y le dijo algo en japonés, dándole unas palmaditas en el pecho. Él respondió en
la misma lengua, resignado―. Estaremos en contacto, señora Lee.
Me despedà de ellos, los
dejé en la sala y salà de ella. TenÃa que organizar todo para el viaje a
Revenge Town.
Mil y una gracias a Vira por esta colaboración literaria.
Twitter: @viragoach
Blog: https://aquiviragoach.wordpress.com/
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