Hermanas Pagnotto -- Cap. 1


-Feliz Navidad, niños, espero que tengáis unas buenas vacaciones -dijo una joven mujer rubia.

La mujer empezó a recoger sus pertenencias del escritorio del aula. Por fin era Navidad, pensó la chica. Las vacaciones eran para disfrutar y relajarse después de un trimestre cargado de conflictos escolares. La joven tenía el pelo rubio aparentemente despeinado, vestía con colores oscuros, en especial, llevaba ropa negra. Mientras recorría los pasillos del instituto, los profesores con los que se hablaba le iban felicitando las navidades. Una vez que salió del centro vio a lo lejos su coche pequeño y viejo, pero funcionaba. Se subió en él para ir a su casa. Vivía en un piso pequeño que solo tenía una habitación. Su habitación era su refugio aunque en estos últimos viviendo sola, era todo el piso. Su vieja habitación fue su refugio durante su infancia cuando aún vivía con sus hermanas.

En casa, la chica cogió su ordenador portátil y se conectó a Skype para hacer una videollamada. Esperó a que el resto se conectarán para poder iniciarla durante cinco minutos.

-Hola -dijo la chica rubia contenta.

-Hola – dijo una chica morena de ojos azules tímidamente.

-Hola, hermanas, siento conectarme tarde -dijo otra morena.

-Bueno, ¿qué haremos para estas navidades? -preguntó la rubia.

-¿Cómo siempre? Quedamos por videollamada el día de navidad por la noche como todos los años, sabéis de sobra que no puedo ir a ninguna de vuestras residencias por el trabajo...

-Sí, lo sabemos, Anahid, pero de todos modos, está bien preguntar – le interrumpió la rubia -. Bueno, ¿y tú, Astraea, no hay ningún problema, no?

Astraea negó con la cabeza.

-¿Ves? Igual que siempre, Eidothea... No sé para que te empeñas...

Astraea retraída se atrevió a hablar.

-Creo... que este año podré ir a casa de Eidothea, pensaba cerrar la tienda durante una semana para descansar y cogérmela de vacaciones...

Eidothea pegó un grito de alegría que casi dejó sordas a sus hermanas.

-¡Fantástico! Eidothea, ahora no hará más que pedirme que vaya un día... -se quejó Anahid.

-Bueno... no creo que sea así, ¿no?- contestó Astraea.

Entonces Eidothea sacó una libreta y un bolígrafo.

-Bien, hermanita, dime el menú de la semana que te haré algo delicioso para comer...

-Déjala en paz, Ei..., no ves que la pobre aún se ha... ¿quitado el abrigo? -la voz de extrañeza de Anahid hizo sentir incómoda a su hermana -. ¡Es horroroso! ¿Dónde lo has comprado?

-Esto... chicas... ¿Qué os parece si cambiamos de tema?

-Sí -dijo Anahid -. No quiero seguir viendo esa aberración de la moda, por favor quítatelo, Astraea... -su hermana le hizo caso.

-¿Qué tal el trabajo? -preguntó Eidothea a sus hermanas.

-Ufff... Como siempre, lidiando con los bocetos de la temporada siguiente de los aprendices. No saben como diseñar joyas... cada día son peor los novatos...

Sus hermanas la miraban con detenimiento mientras explicaba cómo regañaba a los nuevos en su trabajo. Le tocó el turno, a la hermana menor, Astraea.

-Mi trabajo va bien. Los mismos clientes de siempre. Alguno se queja diciendo que no acierto en las adivinaciones y...

- ¿El qué? ¿Ha pasado algo? -notó Eidothea.

-No le hagas caso, ella es siempre así, ya lo sabes... - dijo quitándole importancia Anahid.

- No es nada como dice Anahid...

Astraea miró su reloj y se despidió de sus hermanas mayores. La joven recogió el abrigo que se había quitado previamente mientras hablaba con ellas. Si les decía a sus hermanas lo que le había sucedido, Anahid la tomaría por loca y Eidothea se volvería paranoica y sobreprotectora con ella. ¿Cómo les iba a decir todo lo sucedido en la tienda?

Mientras Anahid estaba en su lujosa habitación, en su casa, bebiendo vino tranquilamente y observaba a su gato persa blanco maullar. El móvil sonó. Era un recordatorio de una cita con un cliente importante que quería diseñar una joya especial para su prometida.

 -Feliz Navidad, niños, espero que tengáis unas buenas vacaciones -dijo una joven mujer rubia.

La mujer empezó a recoger sus pertenencias del escritorio del aula. Por fin era Navidad, pensó la chica. Las vacaciones eran para disfrutar y relajarse después de un trimestre cargado de conflictos escolares. La joven tenía el pelo rubio aparentemente despeinado, vestía con colores oscuros, en especial, llevaba ropa negra. Mientras recorría los pasillos del instituto, los profesores con los que se hablaba le iban felicitando las navidades. Una vez que salió del centro vio a lo lejos su coche pequeño y viejo, pero funcionaba. Se subió en él para ir a su casa. Vivía en un piso pequeño que solo tenía una habitación. Su habitación era su refugio aunque en estos últimos viviendo sola, era todo el piso. Su vieja habitación fue su refugio durante su infancia cuando aún vivía con sus hermanas.

En casa, la chica cogió su ordenador portátil y se conectó a Skype para hacer una videollamada. Esperó a que el resto se conectarán para poder iniciarla durante cinco minutos.

-Hola -dijo la chica rubia contenta.

-Hola – dijo una chica morena de ojos azules tímidamente.

-Hola, hermanas, siento conectarme tarde -dijo otra morena.

-Bueno, ¿qué haremos para estas navidades? -preguntó la rubia.

-¿Cómo siempre? Quedamos por videollamada el día de navidad por la noche como todos los años, sabéis de sobra que no puedo ir a ninguna de vuestras residencias por el trabajo...

-Sí, lo sabemos, Anahid, pero de todos modos, está bien preguntar – le interrumpió la rubia -. Bueno, ¿y tú, Astraea, no hay ningún problema, no?

Astraea negó con la cabeza.

-¿Ves? Igual que siempre, Eidothea... No sé para que te empeñas...

Astraea retraída se atrevió a hablar.

-Creo... que este año podré ir a casa de Eidothea, pensaba cerrar la tienda durante una semana para descansar y cogérmela de vacaciones...

Eidothea pegó un grito de alegría que casi dejó sordas a sus hermanas.

-¡Fantástico! Eidothea, ahora no hará más que pedirme que vaya un día... -se quejó Anahid.

-Bueno... no creo que sea así, ¿no?- contestó Astraea.

Entonces Eidothea sacó una libreta y un bolígrafo.

-Bien, hermanita, dime el menú de la semana que te haré algo delicioso para comer...

-Déjala en paz, Ei..., no ves que la pobre aún se ha... ¿quitado el abrigo? -la voz de extrañeza de Anahid hizo sentir incómoda a su hermana -. ¡Es horroroso! ¿Dónde lo has comprado?

-Esto... chicas... ¿Qué os parece si cambiamos de tema?

-Sí -dijo Anahid -. No quiero seguir viendo esa aberración de la moda, por favor quítatelo, Astraea... -su hermana le hizo caso.

-¿Qué tal el trabajo? -preguntó Eidothea a sus hermanas.

-Ufff... Como siempre, lidiando con los bocetos de la temporada siguiente de los aprendices. No saben como diseñar joyas... cada día son peor los novatos...

Sus hermanas la miraban con detenimiento mientras explicaba cómo regañaba a los nuevos en su trabajo. Le tocó el turno, a la hermana menor, Astraea.

-Mi trabajo va bien. Los mismos clientes de siempre. Alguno se queja diciendo que no acierto en las adivinaciones y...

- ¿El qué? ¿Ha pasado algo? -notó Eidothea.

-No le hagas caso, ella es siempre así, ya lo sabes... - dijo quitándole importancia Anahid.

- No es nada como dice Anahid...

Astraea miró su reloj y se despidió de sus hermanas mayores. La joven recogió el abrigo que se había quitado previamente mientras hablaba con ellas. Si les decía a sus hermanas lo que le había sucedido, Anahid la tomaría por loca y Eidothea se volvería paranoica y sobreprotectora con ella. ¿Cómo les iba a decir todo lo sucedido en la tienda?

Mientras Anahid estaba en su lujosa habitación, en su casa, bebiendo vino tranquilamente y observaba a su gato persa blanco maullar. El móvil sonó. Era un recordatorio de una cita con un cliente importante que quería diseñar una joya especial para su prometida.

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