Hermanas Pagnotto-- Cap. 2

 

Un despertador sonó. Una mano torpe intentó apagarlo sin éxito, lo único que hizo que tirarlo al suelo. La dueña de la mano sale entre las sábanas con su pelo alborotado y se despereza mientras bosteza. Es Astraea, la menor de las trillizas. Se levanta de la cama y recoge el despertador y lo apaga mientras lo deja en la cómoda que hay al lado de la cama. Se asoma a la ventana como hace habitualmente y se queda un breve rato ver pasar a las personas más madrugadoras. Después se viste para poder ir a trabajar. Es dueña de una tienda de esoterismo, por eso, sus outfits tienen un aire a lo esotérico, en especial, a la astrología. Toda su ropa tiene el mismo color azul oscuro con estrellas, lunas o soles dorados, blancos o plateados.

Por fortuna de ella, la tienda está justo debajo de su piso. Solo tiene que bajar y salir a la calle, hacer un pequeño giro a la derecha y ya está. La tienda esotérica: Madame Étoile. Lo primero que hace como ritual es subir la persiana de la tienda y desactivar la alarma. A continuación, enciende las luces y el ordenador/caja registradora. Mientras espera a su amiga y socia de la tienda,  Nía, se marcha a la cafetería de enfrente a buscar un par de cafés y croissants. Para cuando vuelve su amiga ha llegado y ha volteado el cartel de cerrado a abierto. La puerta cuando entre hace un sonido de ding dong, algo útil si estás en una sesión de tarot. Esta solo se abre con llaves o con un botón que hay al lado del mostrador.

-Buenos días, Nía -dice Astraea con una voz un poco ronca.

-Buenas, Astra... -dice Nía mientras coge uno de los cafés y un croissant.

Las dos amigas se sientan en el mostrador mientras charlan y desayunan tranquilamente como hacen todas las mañanas. A eso de las once de la mañana viene el proveedor de la tienda a traer los artículos agotados para así reponerlos.

-Astra, deja esas cartas del tarot en esa estantería de ahí -me indica mi socia.

-Vale, las dejó ahí, los inciensos que han llegado deberíamos de ponerlos en un lugar más visible, dónde están pasan desapercibidos -le comento a mi amiga.

Tras un buen rato reponiendo todo y sin ningún cliente, volvemos a estar sentadas ante el mostrador. Nuestro negocio depende de lo que cree la gente y su fe por el esoterismo y la magia. Mucha gente piensa que somos un fraude y que hacemos magia negra cuando no es así. Pasado un tiempo Nía empieza a recoger sus cosas, se tiene que marchar pronto debido a una cita médica. Me quedo sola al frente de la tienda. Mientras paso inventario de lo que hay que pedir para un futuro pedido, alguien llama a la puerta y le abro desde la distancia. Era un hombre vestido de negro y parecía sospechoso. No le di importancia puesto que no sería la primera vez que entra alguien a la tienda pasándose de incógnito porque no quieren que le reconozcan. Sin embargo, esta persona tenía un aura cargada de energía negativa que me hacía sentirme mal por dentro, me causaba miedo. Se acercó a mi despacio hasta quedarse plantado delante mío.

-Buenos días, señor. ¿Necesita ayuda con algo? -dije intentando disimular mi nerviosismo y mi miedo.

No respondió directamente extendió uno de sus brazos hasta mi cuello. Me lo agarró mientras me levantaba en el aire. Mis piernas no tocaban el suelo. "¿Voy a morir? ¿Por qué? Si no he hecho nada..." esas fueron las palabras que se me vinieron a la mente en ese momento. Me empezaba a quedar sin aire cuando unas imágenes vinieron a mi. Mis padres de jóvenes huyendo por un bosque desesperadamente buscando una manera de sobrevivir ante un peligro que les acechaba, pero el bosque era diferente a los que conozco. Había plantas y árboles que no existen aquí. De vez en cuando me venían escenas de futuros acontecimientos, pero estas indicaban algo del pasado. 

Eran las dos de la tarde. Me encontraba tendida en el suelo. Aún sentía la sensación del agarre de sus manos en mi cuello. Debí de quedarme inconsciente, pero al menos no había muerto. Tenía que cerrar la tienda y volver a casa pronto. Asegurar mi supervivencia era clave. Empecé a recoger todo deprisa y corriendo, fui a mi piso. Una vez en él revisé puertas y ventanas que no estuviesen abiertas y las cerré, también bajé las persianas. No quería que nadie me viese de esta manera. Estaba hecha un manojo de nervios. Ahora iría al supermercado a comprar comida, no saldría de casa durante varios días, para ello, había llamado a mi amiga y le había dicho que estaba mala con la gripe. Ella me aconsejó tomarme unos días de vacaciones y así haría. Fui lo más rápido posible a comprar y regresé a mi casa. Me encerré con llave en el piso y empecé a hacer las maletas. De repente mi ordenador hizo ruido. Por el sonido supe que era una videollamada por Skype. Eran mis hermanas. Sí, podría irme con Eidothea, así estaría más segura. Esa persona no sabe donde vive mi hermana.

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