Llevaba un mes en el palacio del Gran Duque Stormlord. La vida es tranquila por asà decirlo. Nadie me molestaba. Aún no conozco a mi prometido, solo sé que se encuentra en la capital haciendo sus labores ante el emperador. Mientras he recorrido el palacio prácticamente entero, excepto una serie de zonas cuyo acceso está limitado solo al Gran Duque.
TodavÃa recuerdo el dolor y la llorera de mi padre al despedirse de mÃ. Me agarró de una pierna mientras suplicaba que me quedará. Ahora que lo pensaba fue un momento bastante cómico. En cambio, mi madre prefirió quedarse dentro de nuestra casa. Mis hermanas... Las más pequeñas lloraron junto a padre. Las medianas entre lágrimas me pidieron que les enviará cartas contándoles como es el Gran Duque. Y mi hermana mayor mantuvo la compostura mientras tosÃa.
Mi padre decidió que tenÃa que ir yo, mi hermana Adelia suele estar muy enferma y su salud es muy frágil por lo que pensó que al tener una buena salud no darÃa tantos problemas en mi nueva familia. Por otra parte, SofÃa mi segunda hermana mayor no pudo estar presente en mi despida ya que ella es doctora y tuvo que atender una urgencia sanitaria por órdenes del rey. Mi padre no se vio capaz de pedirle a ella que se comprometiera ya que conociéndola está hubiese encontrado la forma de volver a casa y hacer que toda nuestra familia estuviera condenada a muerte por órdenes de nuestro rey. Aunque si he decir la verdad, a pesar de ser la hija de un barón, solo Adelia habÃa recibido toda la educación correcta para ser una auténtica dama de la corte de Aubrosan Kingdom. Yo solo aprendÃa a leer y a escribir además del lenguaje del abanico para poder conseguir un buen pretendiente o rechazarlo si te este no era adecuado. Este hubiera sida mi primera temporada en mi reino, pero con el compromiso con el Gran Duque, ni siquiera habÃa hecho mi debut en la sociedad de Aubrosan. Solo esperaba tener la oportunidad de poner en practica lo aprendido (al menos para rechazar) ya que no esperaba usarlo con el Gran Duque, viendo la situación actual.
Una sirvienta entró a mi habitación con un carrito de plata en el que llevaba una tetera y una taza, además del azúcar. Dejó la taza en la mesa y me sirvió el té. Hoy era té oolong. Dejé que reposará el té antes de empezar a beberlo. Observé como la sirvienta se alejaba y cerraba la puerta. Me habÃa acostumbrado en este mes a que viniera alguna sirvienta a servirme el té todos los dÃas a la misma hora en mi habitación. Era en momentos como esté que me dedicaba a observar la decoración. La cama tiene un colchón muy mullido cubierto por sabanas de seda, las cuales me hacÃan resbalarme por la noche. Sigo prefiriendo las sábanas de algodón, son mejor. Encima de la cama habÃa un dosel, las cortinas rosas de este estaban recogidas con un grueso cordel plateado. Queda bonito como decoración, pero no le encontraba sentido, asà que de momento nunca habÃa usado el dosel. Al lado derecho de la cama habÃa un gran ventanal que era casi igual de alto que la pared, a su lado habÃa una puerta de cristal que daba a una modesta terraza con vistas al jardÃn principal del palacio. La gran mayorÃa de las flores eran rosales. Un clásico.
Alguien entró a mi habitación sin llamar. Me volteé hacia la puerta era la madre del Gran Duque, la Gran Duquesa Madre. Su porte era muy elegante y sobrio. Se acercó a mà mientras yo me levanté para hacer una reverencia.
—Mi hijo aún sigue en la capital, pero el emperador quiere celebrar una fiesta fuera de temporada para celebrar tu llegada y tu compromiso con el Gran Duque Stormlord como consecuencia de la paz entre los dos paÃses —dijo la que serÃa mi futura suegra.
Ella dio unas palmadas. Un mayordomo entró en la habitación acompañado de lo que parecÃa ser una modista.
—SÃ, mi señora. ¿Cuándo será el baile? —pregunté. TenÃa que prepararme para dar lo mejor de mÃ. SerÃa mi primera aparición ante la sociedad de un paÃs desconocido para mÃ.
—Un mes. Tenemos el tiempo suficiente para las clases de etiqueta básicas de nuestro paÃs. Supongo que sabes bailar...
Eso último... justo no lo habÃa aprendido. Mis padres creyeron que nunca lo necesitarÃa asà que solo Adelia y SofÃa sabÃan bailar correctamente.
—No...—dije con voz baja— Nunca tuve la oportunidad... hubiese aprendido ahora que se acerca la temporada ya que habrÃa sido mi presentación ante la sociedad de mi paÃs —mentÃ. No hubiese aprendido nunca. Lo que habrÃa hecho era ir al baile y quedarme en la zona de la comida durante un rato e ir moviéndome por diferentes zonas de la sala del baile usando el abanico.
Se limitó a hacer un leve movimiento de cabeza que comprendÃa la situación.
—Hasta que te encontremos un tutor de baile, me encargaré personalmente de ti... — dijo más para sà misma ella— Ahora pasemos a que la modista tome tus medidas y te enseñé algunos diseños. Mañana vendrá el mejor orfebre del ducado, quiero que te añada una gema mágica pero no sé en dónde querida.
La modista se acercó a mi con paso decidido mientras extendÃa la cinta métrica. Midió todo mi cuerpo, altura, pecho, cintura, extremidades, cadera... Pasados unos minutos recogió la cinta y sacó un libro con dibujos hechos a mano de los diferentes vestidos que estaban en tendencia entre las damas y doncellas de la alta sociedad del reino. Ninguno me gustaba, pero no querÃa decepcionar a la duquesa.
—Querida, puedes escoger el que más te guste y si no hay ninguno podemos pedir que te lo diseñé acorde a tus gustos, ¿verdad, Alissa? — dijo con ternura la duquesa.
No me esperaba que pudiera pedir tal cosa. También se me hizo raro que la duquesa utilizase ese tono conmigo. Cuando estábamos en privado era más seria y distante. Tal vez porque estaba la modista.
—SÃ. La verdad es que ningún vestido me llama la atención. Puede ser que sea por la diferencia de gustos en la moda de mi reino con el suyo, mi señora. Sé que debo de hacer un esfuerzo en adaptarme ya que a partir del momento que pise estas tierras ya no volveré a vivir más con mi familia ni la gente de mi reino... — terminé de hablar mientras hice una reverencia.
—Cierto, es tu primera vez viendo la moda de aquÃ, ha sido culpa mÃa, tendrÃa que haberte llevado por las tiendas de vestidos de la capital del ducado... —parecÃa que hablaba como si fuese superior a mà — Le diré a mi hijo cuando vuelve que te muestre el ducado. Mientras te prestaré unas revistas de moda para que vayas teniendo alguna idea para el diseño de tu vestido.
Hizo una pausa y se volteó a mirar a Alissa.
—Vuelve mañana, querida, a ver si conseguimos que para ese entonces tengamos alguna idea porque hoy creo que será complicado... — se lamentó la duquesa.
—Por supuesto, su excelencia. Si le parece bien traeré otro libro de diseños, telas y a los mejores diseñadores de mi tienda para ayudar a la joven...
Tras aquellas palabras Alissa se despidió de nosotras dejándonos a solas en mi habitación.
La duquesa se dirigió a mi armario y lo abrió. Reviso de arriba abajo todas mis ropas. Suspiró varias veces.
Mis atuendos eran vestidos hechos con telas pobres, pero de mejor calidad de la que usan las mujeres de clase media y baja. Sin embargo, algunos de ellos los habÃa heredado de mis hermanas mayores, asà hasta llegar a la más joven de nosotras o se rompÃa, por eso, algunos vestidos presentaban bolisas, roturas pequeñas que no se veÃan a simple vista, alguna mancha que se iba. Otros estaban descoloridos o se habÃan teñido con otro color de otra prenda. Mi armario daba vergüenza ajena, por eso, no salÃa mucho de la habitación.
—Creo que tendremos que pedir no solo vestidos para las fiestas y los bailes —afirmó la duquesa.
—Gracias, su excelencia — otra reverencia hice.
HabÃa perdido la cuenta de cuantas reverencias habÃa realizado desde que llegué a este palacio. Nunca habÃa hecho tantas. A pesar de ser la prometida de su hijo, el duque, seguÃa ostentando el tÃtulo de la hija del Barón de Pink of Ferns, un barón pobre que sobrevivÃa como podÃa. Espero que esta situación cambie algún dÃa, no me referÃa a la de mi padre, sino más bien la mÃa porque no creo que aguantase otro mes asÃ. ParecÃa todo muy falso y frÃo. Aunque entiendo a la duquesa, soy una extranjera y desconocida para ellos. He llegado a sus vidas de repente.
Sin darme cuenta, la duquesa habÃa abandonado la habitación. Volvà al sofá que hay junto con la mesa en la cual habÃa dejado la taza de té antes de que me interrumpieran. El té se habÃa enfriado. Me lo bebà de todas formas. Después fui a cerrar las puertas del armario que no se cerraron tras la revisión de mi vestimenta. La habitación era grande. Afortunadamente las noticias del baile alegrarÃan a mi familia por lo que decidà escribirles una carta. SerÃa la primera carta que recibiesen de mi parte.
En el escritorio habÃa papel y una pluma, pero el tintero estaba totalmente vacÃo. Abrà todos los cajones del escritorio y rebusqué por todos los muebles de la habitación, pero no hallé ningún tintero nuevo. No me quedaba de otra más que salir de mi cuarto. Abrà las puertas lentamente. Miré primero a la derecha y luego a la izquierda. Ni un alma. Cerré las puertas y me decanté por el lado derecho del pasillo. Vagué por el palacio hasta toparme con alguien que me pudiera ayudar. Un caballero del ejército del duque.
—Perdona, ¿sabe dónde están los tinteros? —le pregunté esperando una respuesta afirmativa.
El caballero me miró y agachó la mirada. Siguió por su camino. Vaya caballero más raro. Entiendo que soy alguien de mayor rango, pero no tiene por qué tratarme asÃ. Somos personas. Seguà con mi búsqueda hasta que escuché a unas sirvientas murmurando. Hice como si no existieran. No querÃa problemas con ellas. Esto parecÃa la búsqueda del tesoro. Al final me topé con el secretario del duque quien venia de en vez en cuando al palacio.
—Hola, sir Thomas —le saludé.
Me devolvió el saludo.
—¿En qué puedo ayudarle, excelencia?
—Estoy buscando un tintero...
—¿No tiene en su cuarto? — enarcó una ceja.
—SÃ... pero está vacÃo.
—SÃgame, le indico en donde están para la próxima vez.
Le hice caso.
—Los tinteros suelen estar en el despacho del duque ya que es quien gasta más tinta. Pero puede entrar con libertad cuando no esté él. Sin embargo, cuando él esté dentro...
—Debo pedir permiso de entrar y decirle lo que necesito, ¿es asÃ?
Entramos al despacho. Yo esperé a que sacará el tintero. En cuanto lo encontró me indicó el lugar en el que estaban. Era un armario pequeño junto a un arco de escayola. Me lo entregó a mis manos y salimos. Me despedà de él y volvà a mi habitación.
Sentada ante el escritorio empecé a redactar la carta en la que narraba mi estancia de un mes en el palacio, cómo era la duquesa, los sirvientes y el secretario del duque conmigo. Además, les estaba escribiendo sobre lo grande que es este lugar y todas las cosas que antes no podÃa tener como una habitación propia para mÃ. Finalmente pasé a hablarles sobre el baile y todas mis futuras lecciones de etiqueta y baile principalmente como también de los vestidos.
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